El último día de Pablo Escobar:2 de Diciembre



Aquel jueves 2 de diciembre de 1993, Pablo Escobar Gaviria se despertó, como solía, un poco antes del mediodía. Comió un plato de espaguetis y echó su grueso cuerpo de nuevo en la cama; pero esta vez con el teléfono inalámbrico. Siempre había sido un hombre pesado, pero en su vida de prófugo había aumentado unos diez kilos, y todos en la zona abdominal. 
La mayor parte del día la pasaba tirado en la cama, comiendo, durmiendo y hablando por radioteléfono.
Ya no encontraba vaqueros de su talla, y los que podía abotonarse alrededor del perímetro creciente de su tripa tenían de más unos 15 centímetros de pierna. Los largos vaqueros celestes que se había puesto aquel día habían sido vueltos dos veces. Llevaba chanclas y un polo azul suelto. 


Pablo era propenso a los desórdenes gástricos y quizá aquel día estuviera sufriendo los excesos de la velada de cumpleaños. Las otras dos personas que solían estar con él, su mensajero Jaime Rúa y su tía y cocinera Luz Mila, habían salido después de prepararle el desayuno. 
A la una, Pablo intentó varias veces llamar a su familia haciéndose pasar por un periodista de radio, pero el operador de la centralita del Tequendama, siguiendo las advertencias del coronel Martínez, le contestó que había recibido órdenes de no pasar llamadas de periodistas. Le dijeron que no colgase y, después, que volviera a llamar, en el tercer intento, Pablo "consiguió" hablar brevemente con Manuela, María Victoria y finalmente su hijo. María Victoria habló entre sollozos. Se sentía deprimida y pesimista. 


Pasada la mitad de las dos de la tarde de ayer, los oficiales del Bloque de Búsqueda colombiano detectaron el origen de una llamada que habían venido esperando por más de 24 horas, en la calle 79 # 45D-94 del barrio Los Olivos, sector La América, al occidente de Medellín. Cuando sucedió, duró cinco minutos. 
No había tiempo para explicar. Nadie sabía qué estaba pasando por la desesperación del hallazgo. Las unidades que finalmente rodearon la casa en todos sus ángulos evitando el escape simplemente asumieron instintivamente que lo habían encontrado, al fin, y se organizaron en diferentes flancos de inmediato.


Pablo Escobar había cumplido 44 años el día anterior. A su familia no había visto durante un año. Añoraba la comunicación. Según el director de la policía, Miguel Gómez Padilla, fueron varias llamadas telefónicas efectuadas en los últimos días -a su familia y a una emisora de radio- las que se convirtieron en el error fatal. Ni la inteligencia ni la astucia con que muchas veces lo describieron quienes lo conocían se impuso a un sentimiento.Ese que ocasionó que terminara su vida, luego de 16 meses de haber escapado de la cárcel.
Pablo hablaba por teléfono con su hijo cuando notó que las unidades policiales lo rodeaban. Hugo Martínez, Comandante del Bloque de Búsqueda, lo vio mientras hablaba y pidió refuerzos de inmediato. Escobar lo miró también desde la ventana del segundo piso del inmueble cuando, afirma, colgó y desapareció.


Seis unidades estaban cerca del cerro El Volador, en el suroccidente, al otro extremo de la ciudad, esperando desde hacía cinco días el momento en que llegara la orden de trasladarse al lugar donde se encontraba Pablo Escobar. Cuando ese momento llegó, uno de los carros, el primero, se volcó en forma espectacular hacia la dirección indicada, y en seguida lo hicieron todos los demás.
Avanzaban los minutos y ya pasaban las tres de la tarde. Para estar seguros del hallazgo, el resto de unidades cambiaron la frecuencia de la radio y escucharon cuando el personal de goniometría le decía al comandante del grupo: “Rápido, que yo tengo el sitio”.


Uno a uno, fueron llegando autos policiales en diferentes minutos. Cuatro oficiales, los primeros, se ubicaron contra una de las ventanas del inmueble. Otros se distribuyeron a lo largo de toda la calle trasera de la casa señalada como objetivo, pues, según afirma el oficial al mando, “tuve la corazonada que por este lugar trataría de huir”.
Uno de los primeros tomó una maceta y comenzó a darle a la puerta. Llegó otra unidad policial y rodeó el frente de la casa. La puerta se abrió y se desató la balacera en el instante. Entraron. Varios de los que estaban al frente se tiraron al piso y uno de ellos gritó que un hombre saltaba por una ventana.


Diez segundos antes, quienes entraron a la casa, subieron y ya en un segundo visualizaron la sala. La televisión estaba encendida, y en las escaleras del tercer piso, la silueta de alguien que escapaba. Escucharon las balas y el grito “¡ahí va!”, por fuera.
Dentro, uno de los oficiales gritó: “¡Quieto. Policía!”, y el individuo hizo dos o tres disparos. Se agacharon para proteger sus vidas, pero también respondieron al fuego. La persona que huía subió hacia la azotea. Luego nuevamente otro grito de afuera: “¡saltó por atrás!”.
Antes de salir por la ventana se quitó las zapatillas. Escobar disparó y el grupo en la calle reaccionó inmediatamente. Había salido ya por la ventana su guardaespaldas Álvaro de León Agudelo, el Limón, quien fue abatido primero. Él cayó del tejado al antejardín, muerto.


La balacera se intensificó. Escobar trató de devolverse por el mismo techo cuando fue alcanzado por una de las balas, que le dio en la cabeza. Eran las 3:10 de la tarde. Desde afuera se podía ver que policías se descolgaban por la ventana y apuntaban al cuerpo caído. El hombre con barba, bigote corto, cabello largo, camiseta azul, blue jean, descalzo, tenía en la mano una pistola. Uno de ellos gritó hacia los oficiales que estaban en la calle que sí, que era Pablo Escobar.
Entonces se escuchó otro grito, ya no desesperado y más bien de júbilo: “Cayó Pablo. Sí es Pablo. Viva Colombia”.


 Había caído la cabeza por la que se había ofrecido seis millones de dólares, la cabeza del hombre más criminal de la historia de Colombia y el mundo, abatido por 15 agentes seleccionados entre los más expertos en operaciones del Bloque de Búsqueda. Éste era un contingente de 1500 hombres, entre soldados y policías de élite, constituido en agosto de 1992 con el propósito de capturar al jefe del cartel de Medellín un mes después de que se fugara, la madrugada del 22 de julio de ese año, de la cárcel de Envigado.
Diez minutos más tarde, llegó la madre de Escobar, Hermina Gaviria de Escobar, acompañada de una sobrina, enterada de la muerte de su hijo. Varias vías fueron cerradas por las autoridades del sector, y en los alrededores de Medicina Legal, a donde fue llevado el cadáver del narcotraficante.


La ciudad de Medellín estaba sobresaltada. La noticia de que al fin había caído una leyenda, la del “hombre que era más hábil que el Gobierno, más audaz que Rambo y con más vidas que un gato” dio la vuelta al mundo. No se podía creer. El escepticismo nacía de las múltiples ocasiones en que se había dado por segura su muerte. La gente quería saber qué había pasado.
En seguida, los medios de comunicación colombianos vieron saturadas sus líneas telefónicas. Los teletipos internacionales dieron el flash por todo el mundo. Todas las transmisiones fueron interrumpidas para difundir lo que sin lugar a dudas es hoy la noticia más importante en el mundo entero. En la ciudad, la noticia corría por todos lados. Televisores encendidos esperaban las primeras imágenes que les confirmaran la muerte del capo.


Los teléfonos de la Gobernación de Antioquía también se saturaron de llamadas. El director nacional de la Policía, Miguel Gómez, se encontraba reunido con el Gobernador cuando recibió la noticia, y salió en los vehículos por los sótanos, con varios de sus hombres, hacia el sitio donde fue muerto Escobar.
A las cinco de la tarde, el gobierno del Presidente César Gaviria, a instancia del Ministerio de Defensa Nacional, oficializó la muerte del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, y afirmó que no se va a bajar la guardia frente a los diferentes fenómenos delictivos que aquejan esa ciudad y a otras zonas del país.
Autores:Vanessa Quinde Montero-La vanguardia.

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